Me entero tarde, demasiado tarde, que ya no estás entre nosotros, querido Emili. Contigo desaparece también el último de nuestros carbureros, y tanto a ti como a estos os vamos a echar de menos.
Tengo aún frescas en la memoria nuestras últimas charlas, en las que me contabas mil aventuras subterráneas, mil vicisitudes, desafiando a la naturaleza con vuestros escasos medios. Como con aquel casco que fabricaste, en tus primeros pasos como espeleólogo, empleando un escurridor de verduras. Siempre ingenioso, siempre ideando nuevos aparatos que hicieran más fáciles y seguras las incursiones espeleológicas, deporte al que tanto amabas. Gracias, Emili, por tanto esfuerzo, por tanta lucha, por tanto sacrificio. Y gracias también por tus carbureros Emilsa, el mejor de tus legados, que nos han brindado luz y compañía durante tantos años. Pero sobre todo, gracias por haber sabido transmitir la ilusión que ponías en todo lo tuyo.
Dicen que mientras alguien nos recuerde, no habremos desaparecido del todo. A ti, afortunadamente, te recuerda aún mucha gente. Son los mismos que te rindieron homenaje y colocaron una sencilla placa (sencilla como tú mismo lo eras) en la entrada de la sima que lleva tu nombre. Por tanto, sé que nos seguirás alumbrando en nuestras andanzas por esos mundos interiores que nos apasionan, y que aunque parecen ser distintos, tienen mucho en común.
Desde la profundidad de la tierra, un fraternal abrazo, Emili.
José Manuel Sanchis