Atrás quedaron los tiempos de la perforación de pozos, apertura de socavones, voladuras, entibados y laboreo con sangre, sudor y lágrimas. La nueva minería, la chorizo-minería, es mucho más simple y productiva. Únicamente es necesario disponer de una fragoneta de las usadas para el transporte de malacatones, algún soplete y unos pocos tíos dispuestos a todo. Así de fácil. Que hierro hay la tira, que es mucho más que mogollón. Solo hay que ir y cogerlo. Es como el NO-DO: al alcance de todos los españoles (y/o extranjeros).
Hace escasos días fueron apresados “in fraganti” ocho sujetos que se dedicaban al ejercicio de esta nueva actividad minera en el lavadero San Carlos, de Hiendelaencina. Y que ya están en la calle, claro está, dispuestos a continuar lo que dejaron a medias por la “intolerable ingerencia de un alcalde vigilante”. Cierto es también que lo tenían a huevo para llevárselo todo. Basta dar un vistazo al reportaje que publicamos el pasado 2010 en MTI para entenderlo.
Se nos hincha la boca cuando hablamos de patrimonio minero, mientras que lo dejamos abandonado a su suerte, sin mover un solo dedo para su efectiva protección. Bien está, señor alcalde, que vigile, que persiga y que denuncie a los mangantes. Pero unas buenas cercas, algunas amenazantes señales, muchos candados y, rodeándolo todo, una hermosa alambrada de espinos (electrificada a ser posible) no vendrían mal. Como tampoco vendrían mal unos cuantos nidos de ametralladoras y una docena de perros gorileros sueltos por el perímetro protegido. Que con esta gentuza, ser sheriff del Condado ya no es suficiente.
Y es que uno ya no sabe quien peca más en estos asuntos patrimoniales: si el que, por dejadez y desidia facilita su destrucción, o el que hurta por necesidad.
J.M. Sanchis