Domingo, día de máxima afluencia de visitantes al Museo Minero de Escucha (Teruel). El nuevo recinto expositivo, complementario a la visita a la mina, que fue inaugurado a bombo y platillo el pasado mes de mayo, cerrado a cal y canto. Cuando preguntamos en el punto de información del museo, nos responden: “..pues ni idea de cuando lo abren. Según temporadas, pero no sabemos. Como depende del Ayuntamiento…” Ni un cartel, ni un horario, ni una disculpa. Nada. Eso si, en los cristales de entrada, anuncios de grupos musicales, del concurso nacional de recortadores taurinos e, incluso, del grandioso show de un tal Pepín o de la Gran Familia Cataplín.
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Pues nada, viaje perdido. Vamos a comer. Pero ¡oh, sorpresa! El bar restaurante anexo a la mina visitable, también está cerrado. Y se nos sigue informando que como ha caducado la concesión, nadie sabe cuando volverá a abrirse. Pues nada, los visitantes que necesiten saciar su apetito, deberán dirigirse bien a Utrillas o bien a Teruel.
El éxito de una empresa bien puede echarse a perder por detalles como estos. Que para llegar a Escucha hay que hacer muchos kilómetros, y el visitante merece, cuando menos, un poco de atención, de respeto y de cuidado. La calidad de un servicio, bien sea publico o privado, se mide también por estos parámetros. Y si no, se corre el riesgo que el boca a boca funcione y el personal, harto de tomaduras de pelo, se dirija a visitar otros lugares en dónde, al menos, pueda comerse unas patatas fritas o visitar una exposición, aunque sea pagando.
Mal vamos, Escucha.