Si algo bueno tiene irse de minas a Asturias, además del placer de encontrarlas en abundancia, es la de ir hallando durante la búsqueda a personajes de cualidades humanas sorprendentes. Gentes abiertas, hospitalarias, amables y entrañables que te abren con la misma facilidad sus hogares y sus almas. Como el anónimo matrimonio de Vallongo, aferrados a su tierra en un pueblín casi desierto del Concejo de Grado, luchando para sobrevivir contra la administración, las exigencias europeas y los lobos, añorando la actividad de “su” mina Julia, abandonada desde hace ya demasiados inviernos, dejándonos en el aire una pregunta, más bien una súplica: ¿Volverán a abrir la mina?
O como José Manuel, picador, vigilante, miembro de la Brigada de Salvamento con varias vidas recuperadas en su haber, incluida la suya y, sobre todo, minero, hijo y nieto de minero, un auténtico raza-lobo, de los pocos que aún quedan, quien a pie del castillete del pozo Samuño me habló durante horas de la mina y lo minero, con orgullo, con pasión, con conocimiento, y del que aprendí más sobre laboreo, ramplas, grisú y tragedias que en cien tratados técnicos sobre este arte. A sus casi 70 años, con medio cuerpo roto por un derrabe y el otro medio mal remendado, me aseguraba con rotundidad y firmeza: Si me dejarán, volvería a la mina ahora mismo.
Y el Sr. Quico. El asombroso Sr. Quico. Hombre de pequeña estatura, ojos claros y despiertos, con agilidad de ardilla, a pesar de su invalidez, causada por un accidente de tractor que le condenó al uso de muletas. Fue mi guía en el difícil trayecto desde Bobia hasta la mina El Milagro, abriéndose paso a través de la espesura del helechal, del empinado prado, del imposible y casi selvático monte, hasta llevarme con la precisión de un GPS a los pozos ocultos de aquella histórica explotación. Hablando sin parar del cobre, de la minería, del paisaje, dejándome atrás casi sin resuello, sudoroso y medio muerto, dándome ejemplo de fuerza y ánimo. De coraje y de valía, de superación y de ansia por vivir, a pesar de todo. A pesar de sus 80 años.
Cuando regresamos a su domicilio, únicamente me dijo: ¿Quiere tomarse un culín de sidra conmigo?
¡Qué hermosa lección, Sr. Quico!
J.M. Sanchis