Mientras descendíamos por el camino minero que, atravesando las profundas dehesas de Cansavacas, nos llevaba hasta la mina San Salvador, nos íbamos preguntado por qué la búsqueda de aquellos viejos pozos de plata, al fin y al cabo desconocidos por la gran mayoría y abandonados a su suerte, nos llenaba de tanta satisfacción y placer. Unos días antes mis compañeros y amigos, el arqueólogo Daniel García y Manuel Ruiz, me habían telefoneado para que les acompañase durante una visita de exploración a las otrora prósperas minas de plomo argentífero de San Salvador y Mayo Segundo, en Posadas (Córdoba).
El camino, inclinado y pizarroso, se reducía a una senda minera que atravesaba montes veteados por barrancos y bosques de encina y alcornoque. Unas hiedras y lo que parecían majuelos señalaban el paso del refrescante Guadalcabrillas, el verde arroyo en el que anidan águilas y buitres y que debió servir para las antiguas explotaciones mineras de la zona.
Mi colega Daniel me había informado que, en los alrededores de San Salvador, habían sido hallados vestigios romanos y que no lejos de Mayo Segundo, se sospechaba de la presencia de antiquísimos yacimientos mineros que podrían trasladarnos al Bronce Final. Yo ya había leído los conocidos y minuciosos trabajos de Claude Domergue, los primeros que reordenaron un poco el cotarro y que pusieron años y fechas a las explotaciones más antiguas de la reserva.
Minas de Calamón
La chimenea de Mayo Segundo, en pleno bosque Mediterráneo (Fot. F. Penco Valenzuela, 2012)
AccederMuchos siglos después arribó a Posadas The Calamon Mining Co of Spain Limited, sociedad británica que volverá a exprimir los filones, extrayéndose en ellos: plata, plomo, cinc y barita. A comienzos del siglo XX, La Plata y Calamón, sus dos grandes cotos, ya se encontraban a pleno rendimiento produciendo ingentes cantidades de mineral.
Nuestra escarpada senda que, en esa tarde iba a concluir en Mayo Segundo, se empinaba abriéndose paso entre fantasmales restos de mampuesto y ladrillo que en su día dieron forma a los pozos, tolvas, polvorines, balsas, torres y chimeneas que, sólidas y erizadas, emergían en mitad de un fantástico escenario.
Texto y fotos de Fernando Penco Valenzuela