Texto contraportada:
Los valles del Trubia constituyen una unidad territorial coincidente con la cuenca hidrográfica del río homónimo que se encuentra situada en el centro de Asturias, y cuyos límites coinciden con los términos municipales de Teverga, Quirós, Proaza y Santo Adriano, junto con la parte más occidental del de Oviedo. Pródiga en recursos del subsuelo, especialmente en minerales energéticos, estaría considerada hasta hace relativamente poco tiempo como parte integrante de la Cuenca Carbonífera Central, aunque recientes investigaciones han demostrado que sus yacimientos poseen entidad propia.
Sobre la historia minera e industrial de Asturias se han escrito ríos de tinta en multitud de estudios. Sin embargo, pocos de ellos han tenido como objeto de investigación esta comarca, aun cuando en ella se desarrollarían importantes acontecimientos en la génesis y posterior desarrollo de la economía del Principado, tales como la creación de la Fábrica de Armas de Trubia a finales del siglo XVIII, o la instauración de todo un complejo siderúrgico integral en la siguiente centuria articulado en torno a la explotación de importantes reservas de hierro y carbón existentes bajo las entrañas de la tierra. Por la zona pasarían importantes compañías regionales y nacionales de la talla de Fábrica de Mieres, HULLASA o Altos Hornos de Vizcaya, se horadarían montañas en lugares imposibles, se levantarían instalaciones industriales jamás vistas hasta entonces, se tendería una tupida red viaria que incluso contaría con una línea de ferrocarril que discurriría a lo largo del valle y se contemplaría una brega diaria de miles de hombres en interminables jornadas desde las infernales bocas de los altos hornos hasta las inhóspitas minas ubicadas a más de 1.000 metros de altitud, en unas condiciones de trabajo igualmente leoninas.
Ésta es, pues, la epopeya de un modelo productivo basado en el aprovechamiento de las riquezas mineras de la zona que se prolongaría a lo largo de más de 200 años. Dos centurias de minas, fábricas, lavaderos, ferrocarriles, cables aéreos y un sinfín de instalaciones industriales, desde pequeñas galerías que al principio tímidamente se internaban en el terreno en pos de vetas de mineral que afloraban en la superficie hasta las grandes cortas a cielo abierto que tal vez dejen para siempre su impronta sobre el terreno. Es también la odisea de grandes y pequeñas empresas y de su lucha contra problemas endémicos de la región como las malas comunicaciones y las propias dificultades tectónicas que encierran los yacimientos asturianos, así como de una constante lucha obrera que llevaría sus reivindicaciones hasta los momentos crepusculares de la actividad a finales del pasado siglo, cuando las elevadas inversiones necesarias para el mantenimiento de la actividad y gestiones cuando menos discutibles enterrarían definitivamente al sector minero de la comarca, que no la memoria de una sociedad que se niega a morir.