No deja de producirnos cierta tristeza a los que conocimos en plena actividad la mítica mina de Reocín, verla ahora convertida en un almacén de contenedores, las instalaciones abandonadas desde 2003, puertas y ventanas tabicadas y el óxido devorando lentamente al esbelto castillete del pozo Santa Amelia.
Mientras tanto, la cercana corta, que comenzó a inundarse el 4 de noviembre de 2004, llena casi hasta arriba, sin ningún uso aparente, sirviendo de estanque para patos y poco más. Todos los proyectos de reapertura de la explotación siguen durmiendo, quizá eternamente.
Los castilletes se mueren, y nosotros con ellos.